Las pantallas son grandes y ocupan, cada una, los extremos opuestos de esta sala oscura y rectangular del Centro de Arte Contemporáneo de Quito (CAC). En una de ellas, una mujer de rasgos mestizos y pelo lacio espera con los ojos cerrados. Su cuerpo leve, cubierto de negro, se acurruca en las entrañas de un árbol añoso. En la pantalla de enfrente, un puñado de hombres urgidos se acerca, la alcanza, la rodea. La obra se llama Tooba, lleva el crédito de la reconocida artista visual Shirin Neshat (Irán) y es, de entre las 12 piezas que componen la exposición de videoarte In Search of Global Poetry, la favorita de Felipe Rodríguez, presidente de la Fundación Han Nefkens, con sede en Barcelona (España).
«Me toca profundamente porque fue de los primeros videos de la colección, porque fue filmado en México, mi país, y porque estuve presente cuando Han decidió comprarlo», dice Rodríguez sentado en uno de los patios interiores del CAC, cerca de la entrada a esta exhibición que estará abierta hasta el 29 de octubre. Han Nefkens, su esposo, es un escritor y mecenas neerlandés que en el año 2000 empezó su faceta de coleccionista. Hasta el momento, la colección H+F (por las siglas de la pareja) cuenta con alrededor de 460 piezas, de las cuales unas 50 son de videoarte. En ese catálogo constan, entre otros, nombres prestigiosos como el de Pipilotti Rist (Suiza), el de Adel Abdessemed (Argelia) o el de Zhou Tao (China). Todos ellos, al igual que el resto de artistas participantes, exploran las potencialidades poéticas —y políticas— del videoarte. Y esa es, justamente, una de las coordenadas de mayor interés de la colección y de esta muestra.
¿Por qué incluyeron videoarte en la colección?
Es una cuestión que ha ido fluyendo. El fundador, Han Nefkens, fue quien empezó como coleccionista. Y esto del coleccionismo es un aprendizaje. Cuando uno comienza a coleccionar, las primeras piezas que escoge son porque le gustan, pero luego uno crece y afina sus criterios. El videoarte está en su momento y por eso la fundación se decidió por esa línea. El videoarte es lo que la gente quiere ver. Vivimos en un mundo tan rápido y recibimos tantas imágenes que este medio es fabuloso para relajarte y parar un momento.
¿Cuál fue el criterio para escoger los videos para esta exposición?
Para esta exhibición, específicamente, lo que nos ha motivado es la globalización. Por eso creo que es muy apropiada para este momento, en este museo y para nuestro aterrizaje como fundación en Latinoamérica. Como se ve en la exposición, los artistas son de distintos países (Estados Unidos, Lituania, Sudáfrica, etc.), y es interesante que lo hagamos acá, en Quito, porque funcionará como un punto de contacto para ver si, en una próxima ocasión, podemos incluir un artista latinoamericano. Todos los videos, además, tienen algo en común: la poesía. Poéticamente, cada una de estas obras tiene un mensaje.
Como colección, en general, además de la globalización, ¿qué otras temáticas les interesa?
Te lo contesto muy rápido: la estética. Como dije antes, el fundador empezó como coleccionista, pero llegó un momento en el que se preguntó: «¿Esto a qué me está llevando?, ¿a colgar obras de arte cada cinco años en un museo?». En un punto, él se dijo: «Yo quiero compartirlo, no lo quiero solo para mí, lo quiero para todos». Eso lo llevó a invertir todos sus recursos y su energía en hacer estos proyectos que van a tener más difusión, que tener solamente piezas de exhibición.
Uno de los objetivos de la fundación es, justamente, dar visibilidad a piezas que no podrían verse regularmente en museos. Hace un momento dijo que el videoarte está en boga, pero, ¿cree que hace falta que se expanda más?
Sí. Además, va a una velocidad impresionante. En este momento, en Barcelona, la fundación participó en el festival de videoarte LOOP, y ahí había una obra increíble por el nivel de la tecnología que utilizaba. Era un video hecho con una cámara virtual que, al mismo tiempo, estaba conectada al sistema de satélites Meteosat. Era una obra viva, porque no estaba repitiéndose una y otra vez con un proyector, sino que se veían cambios paulatinos como el crecimiento de la hierba, por ejemplo. Por eso tenía que estar en exposición durante seis meses o más para poder ver esas variaciones.
¿Cómo ve esa conexión del videoarte con los nuevos medios y la tecnología?
Te pongo el ejemplo de Arash Nassiri. Él ha editado de la nube y de Internet mucho material. Es maravilloso. El videoarte, en ese sentido, es un medio que permite experimentar más. En algunos videos, además, quien debe poner el final es el espectador. Y es encantador ver la discusión entre dos personas sobre qué vieron. Eso también nos interesa: que sean videos para pensar. Muchas de las películas de ahora nos aburren porque podemos adivinar desde el inicio su final. En estos videos no sucede eso.
¿La expansión del videoarte, entonces, responde a que estamos cansados de las historias predecibles?
Yo lo veo así. Salgo encantado de la sala cuando tengo que ponerle el final a una película. Y cuando ya me lo dieron, no me interesa mucho.
Han ha dicho también que el objetivo de la colección es compartir una visión. ¿Cuál es esa visión?
No queremos contar nada en especial. No somos la religión católica. El espectro es mucho mayor y hay que tomar en cuenta que todo cambia. No hay una premisa que diga «esta fundación se dedicará al videoarte de colores amarillos». Es muy abierta. Lo que sí tenemos es un componente de ayuda a artistas nuevos. Muchos de los que están en esta exposición son de renombre, pero también hemos patrocinado un nombre nuevo como el Bárbara Sánchez Barroso.
¿Nos siguen conmoviendo más las imágenes por encima de otros soportes y por eso nos llegan más y mejor?
Depende de la sensibilidad de las personas, pero creo que sí. Si uno se pone a pensar, muchas veces cuando alguien va a una inauguración y ve 12 videos de golpe, es muy fuerte, se emborracha. Pero si la persona vuelve a sentarse y los ve con más calma, quizá aislando uno de entre todos los videos, podrá ver el mensaje, la sensibilidad, la belleza.
¿Diría que el videoarte, además, es un soporte más útil para mensajes de carácter político, de activismo…?
Sí hay, intrínsecamente, unos mensajes en los videos. Si se ve, por ejemplo, el de Bárbara. Ella habla de la universalidad del problema de la migración, y eso es igual en todo el mundo y tiene un contexto político. Pero no es, digamos, el propósito principal de la fundación.
Pero el formato, como tal, ¿permite hacer denuncias de manera más fácil?
Diría que para ciertos estratos de la sociedad es más fácil de entender esos mensajes, sí. Para el público en general aún es difícil.
¿En qué radica esa dificultad?
En los niveles culturales. Para decodificar lo que te están mostrando en los videos debes tener cierto bagaje. Pero ahí también hay un reto: exhibirlos y enfrentar a la gente a estos nuevos lenguajes para formar públicos.
En cuanto a la difusión, para que pueda haber más exposición y alcance de estas obras, ¿cree que deberían mostrarse en plataformas más estándar como YouTube o Vimeo?
Ojalá fuera así. Para mí, sería fabuloso poder encender la televisión o mi computadora un día y ver estos videos. Pero lo veo difícil. Aún estamos lejos de llegar a eso.